jueves, 9 de febrero de 2012

Rendijas



La cuidé un sólo día, no pude estar más con ella, cuestiones de trabajo. Tuvo fiebre la noche entera y por primera vez en nuestra historia evité discutir por razones absurdas. La madrugada estuvo pesada, entraba la enfermera y el doctor de guardia, se encendían y se apagaban las luces. Por fin a las 4 de la mañana el silencio y el frío durmió a todos. Ella descansaba entre sus almohadas y un grueso cobertor, respiraba tranquila y profundamente, le hacía falta. En los pasillos ya no se escuchaban pasos apresurados ni eco de voces.

Me quedé un poco más despierta, tanto ajetreo me quitó el sueño a pesar del cansancio. Entonces, las luces de la ciudad me llamaron por la ventana empañada, ahí volví a derrumbarme "Estoy tan lejos de ti". Cerré las persianas de prisa, huyendo del recuerdo de tu mirada, hoy no quiero llorar, mi madre me necesita fuerte.

Se me escapa un poco de agua por los ojos, afortunadamente nadie lo nota. Pero ¡qué fuerte es esto que siento por ti! Te metes en mi como la luz por las rendijas de la persiana, aún así, la luz no es suficiente para sacarme de la oscuridad en la que me dejaste, yo, yo sólo puedo mirar.

Madrugada tras madrugada llegas con la pálida luz de la luna ¡Compréndeme y ten piedad de mis ojos que lloran noche tras noche al sentir tu ausencia! Son más cálidas mis lágrimas que los abrazos que no me das, yo no puedo vivir de tibieza imaginaria. Tampoco de recuerdos que no tendré más, no puedo simplemente asomarme por las rendijas, una cárcel que me impide amarte con toda mi alma, ni escondida y espiando por tus ranuras. Es este el castigo que merezco por amar, la soledad, la tortura de tus recuerdos, el rechazo. Debo ser un ser tan despreciable que no es digno de tus miradas, mucho menos de tu corazón. Y si entre las rendijas no deja de aparecer tu luz, entonces me sacaré los ojos y yo misma los pisotearé, para que dejen de doler.