jueves, 6 de octubre de 2011

El primer beso


Él era regordete, poseía un acento norteño que hacía parecer las "ch" como "sh", en lugar de expresar el famoso "¡qué padre!" solía decir "¡qué suave!" y llamaba soda al refresco. Su voz era tenue y ronca, sus ojos de color avellana, me gustaba verlos, tenían un leve reflejo de luz que se mezclaba con un tono aceitunado. Aquel niño poseía cierto encanto y era un tanto "pachorrudo" al moverse, ahora que se acercaba a la preadolescencia podía dejar salir el encanto masculino que algún día poseería.

Pocos años después lo volví a ver, tal cual pensé, un chico regordete, sin duda más alto y con su mismo color de ojos, lo recuerdo reír, su tono seguía siendo suave, azul, así era él.

¿Por qué me gustaba? No lo sé, simple y sencillamente era encantador, me ponía roja como con nadie me ha sucedido, sentía arder mis mejillas cuando por un segundo me miraba, si preguntaba algo yo tontamente debía decir "¿Qué?", lo que me daba aún más pena. Solía pasar por su casa, pensar en su voz y en las veces en que tocaba la guitarra, también tocaba la batería, tal vez, pero tal vez si hubiese sido valiente le habría pedido que me enseñara a tocar.

Nunca nada más sucedió, ahora, lo llevo en mi mente como un recuerdo en la sala de su casa y debajo de la escalera. Ha pasado ya mucho tiempo.

Pero nada, NADA en este mundo se va a comparar como el recuerdo de su beso efímero en la punta de mi nariz años atrás cuando eramos niños. Era la puesta de sol, se veía rojo y oscuro, como una película escalofriante, sus padres estaban listos para cerrar el camión de la mudanza. Todos se despedían, se daban abrazos y se deseaban suerte, a él algo le urgía que le escucharan los adultos, gritó: ¡¿Me puedo despedir de Anita?! El silencio fue hasta cierto punto desconcertante, puesto que era una despedida, su padre le dijo: Bueno pero pronto que ya nos vamos. Y fue cuando sucedió, dió un paso al frente y se acercó y me tronó el beso.

Ese fue el primer beso que me dió un chico, puedo decir que el más celebrado, pues los adultos se quedaron tan sorprendidos como yo, sólo que ellos hicieron mucho alboroto para celebrar que a su hijo le gustaban las niñas y que era todo un cazanova. Nadie, me ha vuelto a besar la punta de la nariz y no creo que nadie lo haga porque fue el beso más espontáneo que se haya podido dar y del que jamás me olvidaré.

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