jueves, 17 de diciembre de 2009

La piel de tu espalda


¿qué quiere la suerte? que anda por mi casa,
hay algo que quiso decirme al oído y no se animaba,
ya me tiene preso ya sacó su espada,
pretende cobrarse que puso en mis besos la piel de tu espalda...






En plena oscuridad, como de costumbre, y entre la poca luz que entra del exterior,

recordé, sin querer, o tal vez queriendo,

aquella espalda tuya, tan fuerte, tan varonil.

Aquella espalda donde mis labios a veces se escapaban hasta tu cuello,

y donde a veces se paseaban mis dedos para hacerte estremecer.

Recordé, todos aquellos momentos en que besaba cada centímetro de tu piel,

y en cada final de éxtasis acariciar tu espalda,

verla, admirarla, besarla.

Recargarme en ella cuando te enojabas

o cuando tu mirada se perdía en la ventana.

Tu espalda...

Y, si llegaba cansada era entonces mis manos se convertían en su cura.

Mis dedos tocando tu espalda, jugando mientras duermes,

o escuchando un "no te detengas",

era cuestión de darle un roce para lograr ver tu sonrisa pícara,

unos ojos que me desnudaban lentamente

y unos labios que me comían a besos.

En plena oscuridad, recordé, como ya es costumbre,

la piel de tu espalda.

A veces creo sentirla en mis traviesos dedos,

y me vuelvo loca al saber que lo único que puedo tocar

es el aire que queda y en el que tú no estás.

A veces, en plena oscuridad, como es costumbre,

despierto estirando mi mano que trata de encontrarte en vano,

solía estirarme sólo un poco para sentir tu piel y encontrarme totalmente con ella

Tu espalda... cómo extraño tocar la piel de tu espalda

en plena oscuridad, cómo era ya costumbre.










2 comentarios:

Borracho dijo...

Costumbres...

Hay quien dice que la costumbre llega, a veces, a ser necesidad. Sin embargo, hay costumbres -y espaldas- que pueden ser bastante adictivas...

Un suave roce, presión en el lugar correcto, sobre el músculo adecuado y nuestros dedos logran provocar una sonrisa de placer... o dos.

O más.

Anita dijo...

Costumbre o adicción, es un arma de seducción que termina consumiéndonos, secándonos hasta la sed y rogando que esa dulce agua no termine jamás.