martes, 23 de febrero de 2010

The End




Eso era todo. Un final suficientemente anhelado después de tantos años. Los ciclos se terminan y vuelven a comenzar justo en el punto donde iniciaron. Este, en cambio, no se repetirá, tampoco se borrará y mucho menos todos aquellos recuerdos que me quedarán como remanente de aquel tiempo en la escuela. Había terminado todo desde antes, y ni siquiera quise verlo, ya saben, por aquello de la negación, y también por eso de la inercia de la vida, nos encanta permanecer en movimiento o en estática hasta que un evento externo lo detenga o lo cambie de lugar. Pensaba que todo aquel esfuerzo por ser alguien se convirtiera en una ceremonia de protesta, un instante de estrés, un instante llevado por los segundos del tiempo, custodiado de palabras que se desvanecen en el viento y en el sonido de la próxima palabra. Un día aprendo a tomar un lápiz, al siguiente recibo un "nombre" de por vida, mucho más importante que un acta de nacimiento, que un bautizo, que una mirada de reflejo, es decir, le dará un énfasis a lo que se ha venido llamando Anita.

Me preguntaba yo, ¿acaso ese lápiz va borrando lentamente nuestros méritos? ¿los transforma en otros? ¿es un deseo que nunca se alcanza? y cuando al fin se alcanza ¿qué? Describiré ahora lo que sentí. Previo a la titulación aumento el estrés, había ansiedad y pensamientos catastróficos, como aquello de que el mundo y sus tonterías interfiriera en mi llegada hasta el auditorio, cómo si una goma de borrar desapareciera el camino hacia la escuela. Luego de esperar y esperar, ese momento fue el más breve instante, solté lágrimas de emoción entremezcladas con algo de amargura, furia, pasión, alegría, incertidumbre, pánico, algo de tristeza, dolor, cansancio y satisfacción. La somatización que se esperaba no fue tan grave como pensé, ya saben, pensaba vomitar o desmayarme o enfermarme de gripa o del estómago, quizá una fuga mental o volverme un caracol o tal vez amanecer con varicela.

Un desastre total, el pensamiento sabe jugar sucio, pero las voces que a veces se aparecen por el teléfono saben cómo hablar y qué decir para que la mente no nos juegue de maneras viles. Pues así es, una vocesilla encantadora me tranquilizó y fue algo refrescante, encontrar a alguien que se tomara la molestia de prestar atención a mis nervios exaltados. Y después de todo el "show" que se avienta uno por aquello de las celebraciones. Por fin un Lunes amanecí sin dolores de cuello, ni espalda, ni hombros, eso sí fue extraño. Se baja el telón, aparecen los títulos del final de la película y aparece un gariboleado "The End", de facto me doy por terminada en cuanto a los deberes morales en cuanto a los padres y la familia, lo que viene después es por mi cuenta y para mi. Alineación al centro

2 comentarios:

Borracho dijo...

Lo dije antes y lo repito ahora: Felicidades.

Un abrazo.

Anita dijo...

Gracias otra vez. Un abrazote también para ti.