miércoles, 22 de septiembre de 2010

Con olor a leña




Diario recorro el mismo camino de madrugada,
diario la misma vereda de árboles tétricos,
a veces la luna llena se asoma entre sus ramas,
otras, la niebla intenta cerrarme el paso;
a diario el sereno adherido al coche.
El velo de la noche aún recae sobre la piel del
pueblo y sus calles empedradas.
Aún es muy temprano, ni los perros se han levantado, todo es silencio.
Al bajar, me encuentro con algunos rostros conocidos, los alumnos madrugaron.
Entro al edificio, nuevamente la oscuridad,
el murmullo del silencio,
se escuchan mis pasos y el cerrojo de la puerta.
Al fin, he llegado.
Las voces de los alumnos comienzan a albergar espacios,
ruido y ajetreo tempranero,
una vez en las aulas del conocimiento llega el sosiego y con él el garzo cielo perfumado de brumosa y tibia leña.

¡Qué aroma! Huele a hogar, tortillas y atole de aguamiel, hace hambre,
es el comienzo de un nuevo día con la sonrisa en los labios.



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