Te encontraba con ternura en el vaivén de tus besos,
con tristeza y alegría recogía la lujuria en la carne de tus labios,
me enredaste con tu lengua para que no pudiera escapar.
Cielo rojo, luna creciente, montañas negras...
Nada es tan melancólico como lo que siento ahora,
ahora que no sé en dónde estás...
Siguen mis pasos por la carretera,
carretera que recorro desde que nací,
buscando un destino, destino que siempre cambia.
Cielo rojo, luna opaca, velocidad cero...
Cae nuevamente una lágrima, lluvia de estrellas...














Mamá trajo guayabas, tenía años sin probar una guayaba; entrando a la cocina se distinguían entre la demás fruta, su aroma llamó a mi nariz y me acerqué lentamente como no creyendo que estuvieran frente a mi. Olían muy bien, tomé una y la sentí en mis manos, la volví a llevar a mi nariz, mmm... qué rico! era un perfume enloquecedor. Guayabas, guayabas, y la imagen del guayabo en casa de mi abuelo. Hundí mis dientes lentamente, sabor y aroma se convinaban de manera celestial entre mi paladar y mi lengua ¿cómo es que una cosa tan pequeña pueda albergar tal sazón? La saboreé lentamente, la mastiqué tanto como pude intentando desgastar el sabor entero. Y al terminar mis labios también sabían a guayaba...











